lunes, 6 de junio de 2011

Mi viaje a Gambia y Senegal

                                                              LLEGADA  A GAMBIA




En realidad, daba por hecho que se me habían acabado los grandes viajes en el 2010 después de estar en Bolivia durante casi un mes en la primavera y  del que hice una crónica que está en “miviajeporbolivia.blogspot.com “  y un viaje por la Toscana italiana en moto, pero no pude resistirme cuando mi amigo Sergio me dijo que tenía un viaje preparado para ir a Gambia y Senegal de unos quince días. Y si Sergio te dice que tiene un viaje interesante, hazme caso, acompáñale porque no tienen desperdicio.
Lo iba a hacer con David y José Luis, unos amigos con los que él había ido a Mauritania el año anterior y a los que yo no conocía. Me encontré con todos ellos en el aeropuerto de Barajas de donde partimos el 27-11-2010 a Casablanca donde haríamos escala camino de Banjul. Ya nos iríamos conociendo.

Para empezar nos chupamos cinco horas de retraso en el transbordo en el aeropuerto de Casablanca que más tarde supimos se debió por el cierre del espacio aéreo de Guinea-Conakry por la violencia desatada ante la negativa a ceder el poder del presidente que había perdido las elecciones (Sekouba Konaté) a quien había de sucederle (Cellou Dakin Diallo). Es algo muy habitual en África lo de no ceder el poder cuando lo pierdes, algo que interesa poco en Europa salvo que en el proceso haya matanzas de niños y mujeres en cuyo caso tiene unos minutos en el telediario.

Por fin llegamos a Banjul a eso de las cinco de la mañana y afortunadamente los trámites aduaneros fueron rápidos. No siempre es así , casi siempre hay gente que te trata de vender la moto a cambio de algo, un pseudo policía que te pide la cartilla internacional de vacunación u otro documento, alguien que pretende coger tu maleta y asegurarse unos dólare. Es algo normal, así son las aduanas en casi todos los países no occidental  y más en África. El caso es que salimos de allí con una visa para treinta días, mejor de lo previsto.

Con Lorenzo y su gente
Nos encontramos con Abdulay, quien nos llevaría a un hotel cercano a Banjul. Era propiedad de un español, Lorenzo Sanjuán, hablador por los cuatro costados, de fácil verbo y mil historias por contar y en cuanto te despistabas te las contaba. Su disposición para hacérnoslo pasar bien y que la estancia fuera cómoda era infinita.
Supe mas tarde por algun otro viajero que passó por aslli , que las cosas habían cambiado y que no fué tan agradable como lo había sido con nosotros.
Llegamos a la mañana siguiente a un acuerdo rápido con Abdulay para que hiciera de guía. Hablaba español muy bien, era muy amable en el trato y teníamos por Internet muy buenas referencias de él. Teníamos la sensación de que tantear otros guías sería perder el tiempo.

Como datos diré que pactamos que el viaje por el rio Gambia desde Banjul a Georgetown en barca (pirogué lo llaman ellos) unos tres días y nos costaría 800 euros todo incluido, y después 150 euros por día, con un todo terreno (un Mitsubhisi, que no resultaría estar en muy buen estado), el guía-conductor y la gasolina incluida, de forma que la alimentación y pernoctación correrían de nuestra cuenta.
Quedamos en salir hacia Georgetown en la “pirogué”, sin mayor demora, a la mañana siguiente y dedicamos el día a pasear por Banjul y sus alrededores por donde dimos unas vueltas sin que nada nos llamara especialmente la atención. Se trata de una ciudad de no más de 50.000 habitantes sin ningún encanto especial.

Yahya Jammeh
Lo que de bueno hay en estos viajes es que siempre ocurre algo imprevisto y que de ninguna manera te podrías imaginar. Si el paseo por la ciudad no nos había proporcionado nada, se nos recompensó con el espectáculo de ver el baño de masas que se estaba dando el presidente del país.
Vimos cómo riadas de personas se dirigían hacia un estadio de deportes, apareciendo seguidamente a gran velocidad toda una comitiva de vehículos protegida por el ejército y sus ametralladoras que lucían, quizá, como aviso para la multitud. Era Yahya Jammeh el presidente de la nación, de la etnia “yola”, camino del estadio donde se celebraba una fiesta en honor de la mujer y que le servía de mitin electoral ante las inminentes elecciones del 2011. Es tanto el miedo que tienen los presidentes africanos que nadie sabe en realidad donde van. La comitiva constaba de varios coches y entre ellos iban tres iguales de alta gama, en uno de ellos va el presidente y sólo al final del espectáculo aparece por la portezuela del techo de uno de los coches tirando regalos y bolsas de comida a la grada como si fueran los reyes magos. Es lo que se espera de él. Ese día alguien comerá un poco mejor.

Comimos en una playa de Serrekunda, capital oficiosa del país, más próxima al aeropuerto y a unos diez kilómetros de Banjul, una fritura de pescado en un restaurante de un canario de Las Palmas, instalándonos en una especie de terraza de madera elevada, prácticamente colgada sobre la playa, desde la que observábamos perfectamente el trasiego de la misma.


Queda claro
Esta zona es agradable y en ella se concentra casi todo el turismo que es muy poco. Podíamos ver la movida acerca del turismo sexual. Al contrario de lo habitual eran mujeres, del norte de Europa de acuerdo con la piel blanquísima que lucían, las que pululaban por la playa con negrazos que podían ser sus hijos e incluso sus nietos. Daba un poco grima. Según nos comentaba Abdulay, nuestro guía, lo de las turistas europeas disfrutando de los lugareños, se ha vuelto una imagen común en Gambia, país de los más pobres del mundo donde el 70% de su población está por debajo del umbral de la pobreza.
Basta con ponerse un bikini, se tenga la edad que se tenga, para que segundos después aparezca a un costado un adonis negro dispuesto a satisfacer el más mínimo deseo a cambio de los correspondientes euros.
También había -como no- turismo sexual masculino. Tuvimos ocasión de ver una pareja formada por una veinteañera y guapísima gambiana y un más que cincuentón español de nombre Miguel, con cierto aspecto “apaletado” que se comunicaba con la chica por señas. Cuando supo de nosotros nos contó ,orgulloso de su hazaña, que era su “novia”, a cuyo hermano tenía contratado como conductor de un taxi que había comprado para su explotación, justificando así ante su familia de España sus viajes a Gambia. Con toda probabilidad y así lo espero, en alguna de sus próximas “escapadas” a Banjul se encontrará con que el taxi habrá desaparecido y su “novia” también.
Como el destino es caprichoso cuando bajábamos de nuestra terraza camino del hotel, me encontré con Gildo, un viejo amigo de Fuerteventura y que aun sabiendo que estaba por esos países de ninguna manera imaginé encontrarme con él. Después de saludarnos nos emplazamos para, a la vuelta, comer en su casa con su familia.
Pasamos la tarde en Bikrama, pequeña población próxima a Serrekunda, en un mercado de artesanía para acabar en el hotel donde nos bebimos unas cervezas a la vez que oíamos las historias de Lorenzo y sus avatares. Así supimos cómo había sido un infatigable trotamundos, disjey , empresario, traficante de no sé qué materias y que después de vivir en Barcelona, Canarias, China y unos cuantos sitios más, recaló en Gambia hacía poco tiempo un poco de vuelta de todo y con ganas de empezar una nueva vida, con mil proyectos en la cabeza para el futuro. Espero que lo logre. Lo volveríamos a ver a la vuelta.

Me llevé una sorpresa cuando Abdulay nos presentó a su hermano Buba (Dada Jallo) y el que sería a partir de Georgetown cuando dejáramos el río, nuestro guía. No me gustó nada la idea y se lo dije. Anticipo aquí lo que intuí en ese momento y a lo largo del viaje constaté: su hermano no le llegaba a la suela del zapato ni como guía, ni como conversador, ni como conocedor de las gentes, ni como conductor y apenas sabía español. Como le dije a Abdulay en términos futbolísticos yo pagué por Messi y me habían colocado a Bojan. Si vas a Gambia busca a Abdulay pero que no te coloque a su hermano como hizo con nosotros. El que sepa hacer tres frases en nuestro idioma y tenga coche (viejo e incomodo para más señas) no lo autoriza a decirse guía en español (fuimos a sitios que ni él conocía) y además de mal encarado con la gente, se entrometía en nuestros planes y en alguna ocasión pretendía cambiarlos a su interés. Insisto, si vas a Gambia o Senegal busca a Abdulay pero huye de su hermano.

                                                            POR EL RIO GAMBIA


A las seis de la mañana estábamos desayunando, era lunes 29 de noviembre y poco después nos íbamos a Denton Bridge un embarcadero modestísimo cercano a Banjul desde donde remontaríamos el rio Gambia durante tres días hasta Georgetown. La desembocadura del rio es muy ancha, casi doce kilómetros, por lo que apenas se ve la otra orilla y el paseo de momento no era tan vistoso como esperábamos. No había nadie mas por el rio, nos movíamos en la más absoluta soledad, no nos cruzábamos con otras barcas y eso que el río cruza de este a oeste todo el país, durante más de trescientos kilómetros, y podría constituir una auténtica vía de comunicación de personas y mercancías dado que las carreteras en Gambia son muy deficientes, pero no, apenas vimos a nadie.

Nuestra pirogue


Navegábamos inmersos en esa grandiosa soledad, pegados a una de las orillas toda llena de manglares. Decir que algo más del 20% del territorio gambiano está cubierto por manglares y que son un biotopo de bosque característico en los estuarios de ríos trópicos y zonas de marea. Empezaban a verse aves de diversas especies, entre ellas unas espectaculares garzas oscuras de gran tamaño. Pero fue al atardecer cuando se mostraban en grandes bandadas , no tenias sino que entreabrir los ojos y verlos pasar en lo alto mientras el tiempo parecía pararse según íbamos rio arriba.
Supimos de Abdulay que era musulmán aunque de ninguna manera radical y que bebía cerveza cuando cuadraba y comía jamón si se le ofrecía. Tenía 60 años –que ni de lejos aparentaba- y tres esposas, dieciocho hijos y no sé cuantos hermanos. La primera de sus mujeres le fue impuesta por sus padres, la segunda elegida por él de Guinea-Bissau y la tercera, consecuencia de una relación extra familiar relativamente reciente, de la que nació su último hijo. En su casa –nos dijo- viven junto a sus mujeres e hijos, sus hermanos pequeños, su madre y algún pariente más a su cargo hasta un total de treinta y cuatro personas.
El rio Gambia
Navegábamos dejando pasar las horas mientras Abdulay nos contaba historias de su país, de la idiosincrasia de sus gentes, le hacíamos todo tipo de preguntas. Es muy buen conversador, para cada momento tenía un comentario apropiado y no se arrugaba cuando las preguntas eran más escabrosas. Así hablamos largo y tendido, de la ablación, de la circuncisión, de la corrupción, de los ”cadeaux”, del turismo sexual, de la esclavitud y sus nuevas formas, de la poligamia, del repudio de la mujer, de los matrimonios concertados… de un sinfín de temas.


El tema de la ablación, de la mutilación genital merece atención especial. Tal rito está muy difundido en casi toda África por debajo del Sáhara, practicándose por igual entre animistas, musulmanes, cristianos y judíos y no tiene relación alguna con el Islam ni base en el Corán. Es una práctica muy anterior a estas religiones y se sabe que no se limita al continente africano, pues subsiste en varios países de Asia, América y entre los aborígenes de Australia.
Aldea ribereña
Son varias las razones que se arguyen para realizar tan aberrante ceremonia. En el África subsahariana se presenta como una ‘purificación’ de la niña para prepararla en el papel de esposa y madre que no podría ejercer sin esta mutilación ritual. Otros creen que una mujer que no pasa por ello será estéril o que la ablación es necesaria por motivos estéticos. También hay quien señala que una mujer ‘circuncidada’ tiene un impulso sexual menor y por eso guardará más fácilmente la fidelidad conyugal. En otras ocasiones se llega a fundamentar en que se trata de hacer desaparecer en la mujer lo que en su organismo existe de varón, en la convicción de que el clítoris puede crecer como un pene si no se circuncida, lo mismo que cuando se circunda a los varones se está tratando de eliminar todo rasgo femenino.
Han sido varios los guias en distintos países en África que nos han dicho que tal decisión corresponde a las mujeres y según explicó Abdulay a ninguna de sus hijas ha permitido que se les practique. Poco a poco tal aberración va desapareciendo y aunque en Gambia y en Senegal, está expresamente abolida se sigue practicándose sobre todo en los pueblos y aldeas del interior, existiendo etnias como la “mandinga” que la práctica de forma mayoritaria.
Lo malo es que por la expresa prohibición vigente, las madres no pueden llevar a sus hijas a clínica alguna, con lo que los riesgos aumentan considerablemente por las rudimentarias técnicas de corte que se están aplicando, sin anestesia por supuesto y muchas veces utilizando simples cuchillas de afeitar u otros instrumentos rudimentarios en condiciones penosas, lo que puede acarrear  complicaciones por hemorragia o infección. A pesar del pausado descenso de la ablación la mayoría de las mujeres gambianas de entre 15 y 49 años han pasado por dicho ritual y éstas mismas mujeres, ya adultas, son las que quieren que sus hijas continúen la tradición.

Como el tema para nosotros es interesante no dejamos de hurgar en él aunque apenas interesa a los hombres africanos y después de oír tantas voces sobre ello he llegado al convencimiento de que no se trata de una subyugación de la mujer por parte del hombre, dado que la ceremonia es siempre un asunto estríctamente femenino. Por mucho que nos extrañe a los europeos, son las mujeres las más reticentes en abandonar esta tradición hasta el punto de que muchas la practican en sus hijas o nietas contra la voluntad expresa de los padres.

Entiendo que la única manera de erradicarla es via concienciación y sin herir sensibilidades de cada pais y no entrar a saco como se está haciendo hasta ahora, lo que motiva que muchos paises lo consideren como un entrometimiento en la capacidad de decidir y sus costumbres .
Quizá sea como aquí las corridas de toros mientras a unos les parece aberrante otros lo considera auténtica cultura.
Hablamos de la esclavitud que aun sigue “vigente” y que sigue existiendo en los poblados del interior, donde incluso hay aldeas enteras de esclavos o de descendientes de ellos, que se siguen considerando tales. Al parecer los descendientes de los esclavos, en su día una práctica legal, tienen una vida mas cómoda que siendo libres. Siguen trabajando sin remuneración alguna en las tareas domesticas, el cuidado del ganado, el cultivo de los campos, etc y sin preocupación alguna de buscarse la vida por cuanto eso corresponde a sus “amos”.

Siempre con niño a las espaldas


Navega que navega , habla que te habla llegamos a la pequeña Isla de Fort James, que se encuentra casi en mitad del río Gambia, que hasta su abandono en 1.820 fue un lugar de tránsito, custodia y reembarque de esclavos.
En la ribera norte, a unos dos kilómetros de la Isla, se encuentra la aldea de Juffurh que a finales del siglo XX se convirtió en el lugar más visitado de Gambia y es que los americanos negros vinieron en tromba a ver sus orígenes africanos por cuanto se dijo que era de aquí, de estos parajes, de donde había partido el Kunta Kinte de verdad cuya vida se llevó al cine con  rotundo éxito.
Nosotros nos limitamos a desembarcar en la pequeña Isla, más bien islote, en el que se encuentran las ruinas de un viejo fuerte colonial donde se agrupaban los esclavos antes de su envío a América. Nos comimos un buen lomo que llevábamos de España a lo que no dijo que no Abdulay y por el contrario rechazaron los barqueros dada su proveniencia del cerdo.

Después de casi nueve horas de navegación, habiendo recorrido unos ciento veinte kilómetros llegábamos sobre las 17,30 horas a Tendaba, pequeña aldea nativa en la que hay un albergue con unas chozas y habitaciones sencillas con mosquiteras, duchas decentes y un pequeño restaurante. Es tan llano Gambia que hasta allí llegan las mareas marinas.


El balon de la Champions
En la aldea de Tendaba nos dimos una vuelta, llegando a lo que hacía las veces de escuela en cuyo patio unos niños estaban jugando descalzos al fútbol con un balón absolutamente cochambroso. Jugamos un rato con ellos y se acercó el maestro, con quien hablamos y al que dimos 200 dalasis (unos 5 euros) para que comprara un balón nuevo, eso sí previamente llamamos a un par de chiquillos para que fueran testigos y se lo dijeran a sus padres para que el maestro no tuviera la debilidad de quedarse con el dinero.
Por votación eligieron comprar un buen balón antes que dos malos (todo por los 5 euros referidos). Como siempre digo, es difícil explicar las sensaciones que se pasan por la cabeza cuando uno vive estas cosas.


Mi novia de Tendaba
Siguiendo con nuestro paseo, pasamos junto a un grupo de mujeres que en grandes morteros machacaban grano, por supuesto nos pusimos a hablar con ellas en un francés macarrónico y mucho por señas. Les divierte mucho cuando te diriges al grupo y preguntas quien está soltera y luego coges su mano y le preguntas si quiere casarse contigo. Han aprendido a que a cada foto, a cada charla pueden sacarle algún beneficio. Hacemos que se rian y les dejamos una propina.


Después de ducharnos y de cenar en el mismo campamento escuchamos a lo lejos música africana en vivo.
El caso es que se formaba un grupo en cuyo centro estaba el Griot que, danzando, canturreaba al compás de unos sonidos musicales que venía de una kora y de una especie de bombo. Mientras, un numeroso grupo de mujeres ataviadas con sus ropas multicolor escuchaban atentamente turnándose por salir a danzar alrededor del Griot con frenético ritmo dejándole siempre algún presente al abandonar su danza. Según nos contaría nuestro guía cada una de las salidas a danzar de las mujeres era debida a que el Griot estaba narrando algo relativo –digo yo que bueno- a su familia.
La figura del Griot o Jeli es muy importante en la sociedad africana subsahariana, en la que el lenguaje escrito sigue siendo el privilegio de solo unos cuantos. Es el guardián de la historia. Intervienen en todos los festejos de la aldea y la conocen como nadie. Luego sus descendientes contaran las historias a los descendientes de quien se las contó a ellos y lo harán cantando y acompañándose de un instrumento rústico, ya sea una maraca, una calabaza, una kora, o cualquier cosa que sirva para marcar ritmo.

Cualquier cosa es un juguete
Nos levantamos temprano y pudimos presenciar un nuevo amanecer en el río que se volvía mas serpenteante. Más arriba nos encontramos con una pequeña aldea de nombre Kunda Tenda donde bajamos. Si José Luis y David habían hecho mil fotos a todo lo que se moviera en la aldea anterior, en ésta más recóndita y menos visitada se volvieron locos. No era para menos y es que estábamos en plena África a la hora de la comida con el ajetreo que eso supone. Todo, absolutamente todo, era auténtico y no se veían influencias ajenas al encontrarse fuera de los circuitos turísticos gambianos habituales. Como siempre sucede, al ver los niños que nos aproximábamos con intención de desembarcar acudieron en masa – les llegaba algo distinto- y tenían una curiosidad inmensa.   
Nos dejaron hacer fotos (sin pedir dinero a cambio) y las mujeres más jóvenes, mejor dicho las chiquillas , eran coquetas e incluso se cambiaron de ropa un par de veces y se paseaban por el poblado. Los niños más pequeños nos pedían de todo, se llevaron las botellas de agua de plástico vacías que automáticamente convertían en juguetes. Los mozalbetes y los hombres holgazaneaban esperando a la comida y al saber que éramos españoles no dejaban de hablarnos del partido que por la tarde enfrentaría al Barcelona con el Real Madrid.
Reembarcados, nuestros barqueros nos prepararon un muy buen almuerzo, basado en un pescado que instantes antes habían comprado  y el consabido arroz. Mientras comíamos pudimos ver algún hipopótamo y poco después, ya en el atardecer, se desperezaron los pájaros y monos apareciendo ante nuestros ojos.

                                                           GEORGETOWN


Desembarcamos en un diminuto muelle de las proximidades de Georgetown donde nos esperaba Buba (David) el hermano de Abdulay, quien cogiendo el relevo de éste nos iba a servir de guía durante nuestro periplo por Senegal y, en principio, hasta el final de nuestro viaje.
Georgetown es la localidad más grande e importante de la mitad orientad de Gambia. En la actualidad no tiene mucho interés. Es una sucesión de polvorientas calles iguales en las que ves invariablemente a un sinfín de hombres de todas las edades sin nada que hacer, una escena muy repetida en las ciudades de África.
Nos alojamos en el “Baobolang Annexe”, un  modesto  hotel con un peculiar aire colonial, cuyos clientes eran prácticamente todos negros y en el que nos volvimos a encontrar con la pareja  catalana – Carla y Ferrán - con la que habíamos coincido en el aeropuerto y en Tendaba, ellos habían llegado por carretera en transportes públicos.
Lo que nos quedaba de jornada no era cosa menor, toda Gambia, más bien toda África, lo había estado esperando durante semanas, no habían dejado de hablarnos de ello desde que llegamos y se enteraban de que éramos españoles. Ese día se enfrentaban nada más y nada menos que el Barça y el Real Madrid y es que si hay pasión por el futbol en Europa no es comparable a la africana.
Barça-Madrid
Tal vez sea la falta de otros alicientes, la necesidad de formar parte de un colectivo social, sentirse parte de una afición, tener algo de lo que hablar los próximos días o saberse dentro de un sentimiento común universal como es el que impera en todo lo relativo al futbol, el caso es que toda áfrica estaba esperando ese día y  esa hora. En ningún otro país había visto la misma intensidad con la que aquella gente veía el partido.
Llegamos al teleclub –un local sucio y oscuro con una televisión en lo alto- con unos minutos de adelanto y ya no cabía ni un alfiler. Quizás por ser blancos nos permitieron entrar mientras que en la calle se quejaba la gente a la que no dejaban entrar. Una vez dentro el espectáculo era brutal, una “masa” de negros ocupaba todo el espacio que no tendría más de cincuenta metros cuadrados a pesar de que ese día excepcionalmente cobraban por entrar.

 Nos mandaron al final de la sala y para lograr llegar, íbamos pisando literalmente cuerpos de negros que sentados en el suelo soportaban nuestros pisotones sin rechistar. Empujando a unos y a otros, nos hicimos un hueco, pared por detrás, en el que apenas podíamos movernos y menos aún sentarnos en el suelo.
A mí me gusta mucho el futbol y me proclamo seguidor del Barça pero tengo que decir que me importaba un pito la televisión, el partido y su devenir y eso que el partido lo ganó el Barça por 5-0. Me importaban mucho más las expresiones de cada una de las caras que podía ver, la crispación de los madridistas, las dentaduras blancas que brillaban en la negritud con los destellos de la televisión. Estábamos literalmente bañados en sudor, dada la humedad existente y generábamos un olor intenso , profundo que puedes imaginar. Era la vida, la pura vida de África. El partido más intenso jamás vivido en mi vida.

A las 8 de la mañana del día 30 de noviembre salíamos hacia la frontera con Senegal, dejábamos Gambia para entrar en Senegal. Nada de interés en Senegal hasta llegar a Velingara, donde paramos para cambiar moneda, en realidad la frontera es una consecuencia política de los países, las vidas son las mismas, las gentes las mismas, las ropas las mismas y el idioma en estos parajes no distingue entre francés e ingles, hablan su propio idioma que trasciende a las fronteras, es como si estuviéramos en un único país. Para nosotros son iguales, creo que para ellos también.

El calor iba en aumento y es que estábamos en una de las regiones más calurosas del África: Tambacounda (de unos 80.000 habitantes), sería el equivalente a nuestra Écija, comimos en el único lugar con aire acondicionado según nos dijeron y a eso de las cuatro de la tarde íbamos en busca de uno de nuestros objetivos del viaje, el País Bassari y el Pais Bedik nos quedaban unas 7 u 8 horas.

Por si te interesa te diré que en Senegal conviven diversas culturas y religiones: La etnia mayoritaria, los Wolof, son musulmanes y ocupan la mayor parte de los puestos técnicos y administrativos del país. Su lengua, el wolof es el idioma nacional más popular. Otros grupos étnicos son: los Lebou, generalmente asentados en Dakar y en las zonas costeras de Senegal (son mayoritariamente pescadores); los Tukolor, fundamentalmente pastores y estrictos practicantes del Islam, lo que les confiere un peculiar respeto por parte de las otras etnias; los Peul, pueblo típicamente nómada y esencialmente dedicado al pastoreo; los Sarakole, dispersos por Senegal, Ghana y Malí, de tradición eminentemente viajera; los Serer, cristianos con ritos animistas, que residen fundamentalmente en las regiones del Saloum y de Thies y alrededores y constituyen con los Wolof los dos grupos étnicos más importantes de Senegal; los Diola, animistas aunque practiquen ciertas formas de culto cristiano, que viven de la agricultura y se encuentran mayoritariamente en la región de Casamance y los Bassari que, junto a los Bedick, quizá sea la etnia que vive más arraigada a sus tradiciones ancestrales, son animistas y se hallan en la zona este, alrededor de Niokolo Koba.  Ibamos en su busca.

Hecho el paréntesis acerca de la composición de los pueblos de Senegal sigo con el relato para decirte que en nuestro camino paramos en un puente para fotografiar unos cocodrilos plácidamente apostados en una de sus riberas. Estábamos fotografiando los reptiles, cuando apareció un policía que se llevó a Buba, nuestro guía, hacia el puesto de la gendarmería que, al parecer, estaba unos cientos de metros más atrás. Allí, según nos contó luego Buba, se inició la negociación cuyo fin último ya lo conocemos,  sustituir la sanción por una mordida y ésto, como es natural, en África lleva su regateo, su tiempo. Los cocodrilos nos costaron finalmente 15.000 cefas, además de demasiado tiempo. Entre unas cosas y otras se nos había echado encima la noche cuando llegábamos a Kédougou, donde pretendíamos pernoctar.


                                                      EL PAÍS BEDIK Y EL PAÍS BASARI



Aldea Bedik
 Estábamos a punto de llegar a  uno de nuestros objetivos, el  territorio de los Basari y los Bedik.
Ibamos con intención de ver sus rituales y costumbres, muy distintas a la de los pueblos que los rodean.
El País Basari está situado entre la sabana y los bosques de la única zona montañosa de todo el país donde nacen tres grandes ríos: el Gambia, el Níger y el Senegal. Es algo común a los Bassari los Bedik: su lejanía de las grandes ciudades, lo que ha perpetuado un entorno netamente rural.


La era en el  pueblo Basari

Los rituales animistas de estas tribus son espectaculares. Los modelos de iniciación de los jóvenes, su organización, su estructura social, su arquitectura, los fetiches y otros muchos detalles hacen del contacto con estos pueblos una auténtica visita al pasado.
Los Basari, cuna de mitos y leyendas están emparentados con los bosquimanos y los pigmeos de África Central, no se entrecruzan con nadie que sea de otra raza, siendo uno de los pueblos más primitivos del grandioso continente africano.
Muchas de las mujeres van mostrando los senos , desnudas hasta el talle y, según hemos leído cuando intervienen en algunas ceremonias toman alguna droga, que unida a los monocordes toques del tam-tam les origina un estado de obnubilación de la conciencia procediendo a gritar como poseídas por un ser maligno.
En tales ceremonias llaman a los espíritus de sus antepasados o de seres superiores, bailan durante horas al son de ritmos monótonos, sencillos y repetitivos. No se trata de actos lúdicos, sino de medios de conectar con el más allá y de pedir un favor a aquellos a los que llaman. Estas demandas están en relación con su vida diaria, con la recolección, con petición de la lluvia (en España sacamos a imágenes de santos), con la concesión de hijos, bodas, etc.

Nos instalamos, un poco por casualidad, en el Campamento Le Bedick, y que resultaría ser de los más interesantes y acogedores de todo el viaje. Estaba regentado por Leontine Keita, mujer de la que a través de Internet teníamos buenas referencias.
Desde el primer momento Leontine, que puede expresarse en un español más que suficiente, nos causó muy buena impresión, lo que sería plenamente confirmado mientras allí permanecimos. Poco a poco supimos cómo esta mujer se había hecho a sí misma y de cómo había decidido no casarse ya que de otra manera su marido le podría prohibir tal aventura empresarial.
Todo empezó cuando un día se dedicó a mostrar su pueblo y las montañas a los pocos viajeros que hasta allí llegaban. Su padre creía en ella y puso un trozo de terreno para que hiciera una cabaña para albergar a gente, por su parte ella puso el coraje suficiente para hacer oídos sordos a los comentarios de sus paisanos que no veían con buenos ojos que una mujer tuviera tal iniciativa. En 1999, abrió su primera cabaña y una ducha al aire libre (alguien sube a un bidón agua que por gravedad cae por un chorro). Más tarde llegaron otras pocas a medida que llegaban viajeros y por tanto dinero fresco. Su sueño es llegar a ocho cabañas, hoy tiene seis.

Una estudiosa española de la vida animal de un parque nacional cercano que había dormido varias semanas allí a su regreso a España la incluyo ,sin que ella lo supiera, en un concurso de mujeres africanas emprendedoras y junto con otras quince mujeres de otros tantos países fue a España invitada por no sé qué organismo oficial . Nos dijo que con todo lo que se habían gastado en ella habría construido dos campamentos mas. Estaba agradecida a España por haber tenido tal experiencia.
Organizamos el treking del día siguiente por el corazón del país Bedick, dirigidos por su hermano, el guía Marc Keita, que nos cobraría 15.000 cefas por día (unos 25 euros). Nos acostábamos muy tarde en las chozas que nos habían asignado después de haber dado cuenta de media botella de güisqui en la sobremesa.
A las siete y media de la mañana del día siguiente, uno de diciembre, estábamos desayunando para comenzar la marcha media hora después. Nos cruzamos en nuestro camino con adolescentes camino de la escuela a la que iban tras una hora de camino pedregoso.
Al cabo de una hora de subida despaciosa nos apareció de pronto al descrestar un collado, un pequeño poblado envuelto por unos gigantescos baobabs en visión difícilmente olvidable. Se trataba, precisamente del pueblo “Ethwar” en el que habían nacido Leontine y Marc Keita; quizás por ello encontramos tan abierta acogida en los pocos pobladores de aquél impactante lugar. Nos encontrábamos en un territorio olvidado del mundo, fiel reflejo de cómo debía ser el mundo tiempo atrás en otras latitudes.

Todo hace pensar que son pocas las gentes que no sean del poblado que por allí pasan, solo se puede llegar a pie, a veces entre riscos de fuertes pendientes. Muchos tramos de nuestro recorrido ni siquiera pueden ser transitados por animales de carga. En ocasiones teníamos que abrir camino -lo hacia él - a golpe de machete.
Nosotros seguíamos los pasos de Keita, aquello era un mar de hierbajos que cubría nuestras cabezas aderezado con unos cuarenta grados de temperatura. Si no nos perdimos fue porque Keita conocía perfectamente el camino. Entendimos entonces porqué Keita inicialmente se empeñó en proponernos otro recorrido, ya que sabiendo de las pasadas lluvias la maleza estaría más que alta como así sucedió. Como recogen las fotografías unidas a esta crónica el espectáculo de las cabañas circulares y sus techos cónicos de las pequeñas aldeas que pasábamos era excepcional.

Fueron ocho las horas las que pasamos caminando entre aquellas aldeas e imposible, una vez más, narrar lo allí sentido, en plena naturaleza africana, donde lo más cercano era nuestro campamento. En las aldeas que veíamos quedaban las mujeres recién paridas y los niños lactantes sentadas frente a sus cabañas dejando pasar el día. El resto de la población se encargaba de la recolección de las misérrimas cosechas de maíz y algodón que pudimos ver según caminábamos.
Dejamos atrás las dos aldeas más importantes son “Andiel” e “Iwol”, mientras nos bebíamos según nos enseño Keita del agua que chorreaba de las ramas recién cortadas de un árbol determinado.
Serían las cinco de la tarde aproximadamente cuando después de un pronunciado descenso desde la aldea Iwol, llegábamos a la de Ibel, a la que se puede acceder por una pista de tierra y en la que, como habíamos proyectado, nos estaba esperando nuestro guía Buba. En el camino habíamos comido un par de latas de conserva y ya en la “civilización” encontramos en una casa que hacía de tienda y que tenían , ¡¡oh maravilla!!,  coca colas frías   nos bebimos tres del tirón.

Cuando llegamos a casa, al campamento de Leontine, nos encontramos un “europeo blanco”, resultó ser un solitario francés de mediana edad y que nos dijeron ya había estado por allí antes. Desde el primer momento nos pareció un tanto extraño. No se nos acercó en ningún momento cuando suele ser habitual todo lo contrario, más bien parecía huirnos.
Nos sentíamos bien en la tarde, habíamos hecho un treking magnifico, distinto y -disculpenme la cursilería- casi espiritual. Toda aquella mañana caminando al limite de nuestras fuerzas, saboreando cada rincón y cada paisaje. Cada mujer o anciano con los que nos habíamos cruzado daban serenidad, daban tranquilidad de espíritu. Nos llevamos una sensación de bienestar por lo realizado y por lo visto.
Estuvimos haciendo tiempo hasta la cena y mientras yo me entretenía regando con la madre de Leontine el pequeño arriate donde plantaba verduras, otros hacían la colada, eso sí, siempre con una botella de cerveza cerca. Luego nos dimos una vuelta por el pueblo donde bajo las pocas farolas que había se afanaban por hacer los deberes los pocos escolares que había. Exactamente igual que los escolares de España.

Después de cenar nos quedamos Sergio y yo, fiel a nuestras costumbres, con unos chupitos de güisqui y se nos despejaron las dudas acerca de la condición del francés de marras, no era sino un pedófilo que estaba toqueteando a un niño. Sergio, que habla francés más que razonablemente, le montó una bronca que no se si entendía –los aspavientos eran notorios- pero fue suficiente para que dejara al chaval y que se alejara del campamento. Le dijimos a Leontine que si a la vuelta de nuestra excursión del día siguiente estaba allí aquel sujeto no nos quedaríamos y seguiríamos nuestro camino a otro albergue. No lo vimos más.


Siempre las mujeres
La pista que desde el campamento nos llevó a la capital oficiosa del País Bassari, Salemata, es aunque traqueteante de una gran belleza, es de esas carreteras interminables que vemos en los documentales, de un rojo intenso, polvorientas, con algun animal sobre ellas  , en las que siempre ves a mujeres cargadas con alguna  mercancia  en la cabeza  camino del mecado mas cercano con el fin de venderla. Algún día espero hacerlas en moto.
Cuando la pìsta se quebraba y el coche ya  no nos servía nos apeamos dispuestos a subir las pequeñas colinas tras las que se encontraban las pintorescas aldeas de Ethiolo, Ebarak y Oubadji . Si el día antes habíamos estado por el País Bedik hoy visitábamos el País Bassari.
Llegamos tras una caminata de un par de horas al campamento “Chez Balingo” construido con sus tradicionales cabañas de paja y barro, pero un tanto artificial, como colocadito.
Uno de los pobladores hizo de guía y nos enseñó las pequeñas aldeas a la vez que nos explicaba las tradiciones. Alucinábamos con lo que oíamos. Supimos cómo cada individuo bassari tiene que realizar, en su educación, rituales absolutamente peculiares con tradición de siglos. Dado que nunca hubo escuelas ni maestros, eran los más viejos quienes se ocupaban de la educación de los niños y jóvenes, concentrándoles para ello durante un determinado tiempo en una chozas, alejadas de las aldeas.

Desde niñas

Distinguían varias etapas en su desarrollo personal hasta convertirse en un individuo de pleno derecho de la sociedad bassari. Así, en una en una primera etapa de iniciación de los 7 a los 15 años los niños estaban separados y recibían de los más ancianos las enseñanzas pertinentes durmiendo en chozas separadas de la casa familiar. La segunda, de los 15 a los 20, reciben un trato muy estricto incluyéndose el castigo corporal hasta dejar señales perennes en las espaldas marcándoles la impronta bassari y la última fase comprende de los 20 a los 27 años en la que el joven puede asistir por la noche a su hogar y si se encuentra casado se le autoriza a pasar tres o cuatro días en la aldea.
Es como si los hijos no fueran de sus padres sino de la sociedad, como si la sociedad estuviera por encima de la familia, pasando ésta a un segundo plano. Los niños eran de todos y una madre amamanta a su hijo y a un niño vecino. Los padres, a pesar de que los niños ya van a escuelas convencionales, siguen practicando con sus hijos el tipo de educación comentado.
Los bassari que por alguna razón se encuentren fuera de la zona, al volver recuperan los prefectos propios de su tierra y es que al sentirse orgullosos de sus tradiciones procuran que sus hijos sigan educándose de acuerdo con ellas.
Fue una lección estupenda. A solo unas cuantas  horas de vuelo de Europa uno retrocede el tiempo como si de una película se tratara.
Si hay electricidad es por un par de horas y gracias a algunos generadores, el agua se acarrea en época seca desde muy lejos y si hay algo de suerte podrá haber un pozo en el poblado. La sociedad, la estructura social de aquellas gentes era absolutamente primitiva. Los campos se cultivan conjuntamente y se reparten el trabajo y el grano en función de las personas que habitan en cada chabola. Incluso la vida familiar difiere totalmente de la concepción que nosotros tenemos de la misma. Imagino que así sería la sociedad en la que nosotros vivimos hace un millón de años.

A la mañana siguiente, tres de diciembre, después de un modesto desayuno, salíamos con Marc Keita en busca de un poblado de buscadores de oro situado al norte de Bandafassi. Estábamos en medio de ninguna parte, en lo más intricado de la selva subsahariana, en el camino veíamos como de algunos árboles pendían prendas de vestir deshilachadas, lo que según nos contó el guía Keita suponía que alguien había muerto y sus deudos trataban de dejar algo de él en contacto con la naturaleza para que le fuera más fácil encontrar el camino a su tierra en su proceso de reencarnación.


Además, según el animismo, los entes más cercanos a los vivos son los propios ancestros que velan por ellos y les sirven de intermediarios con los espíritus superiores. De éste modo los vivos se apoyan en sus muertos para solicitar de los espíritus superiores lo que crean conveniente. Con frecuencia nos encontrábamos con amuletos protectores en los campos de cultivo y es que en ésta zona de África el animismo, la religiosidad basada en el contacto con la naturaleza, en la fuerza, en la relación intrínseca e intima de la tierra sobre las personas, de los espíritus sobre cada cosa viva está siempre presente.



Llegamos por fin a la aldea, de nombre Sangola, sabiendo que por ser viernes no estarían los lugareños en el río extrayendo el mineral porque ese día de la semana les resulta prohibido por sus creencias animistas. Deambulaban los hombres, las mujeres mayores hacían las faenas propias del hogar y las más jóvenes, con o sin niño a la espalda, machacando la arenisca extraída los días anteriores en unos grandes morteros.

Una muestra más del trabajo de la mujer africana. Tras toneladas de arenisca y su correspondiente  machaque se podían obtener unos gramos de oro,  no era ninguna ganga lo obtenido pero el trabajo de la zona . Tras un par de horas reanudamos nuestro viaje hacia Keaudougou, donde llegamos a media mañana después de recorrer no más de cuarenta kilómetros en unas cuatro horas.

Kedougou es una ciudad fronteriza de no más de 20.000 habitantes, nada de particular y muy próxima a Guinea. Decidimos antes de abandonar la zona comprar una cabra y así invitar a todo el que se asomara por el campamento de Leontine como agradecimiento por su amabilidad.
Keita apareció con ella viva, por lo que la atamos de pies y manos y la llevamos de copiloto al campamento, allí la cocinarían mientras nosotros hacíamos otra excursión, esta vez a Dindifelo, poblado fulani en busca de un salto de agua de casi cien metros de altura.
 Después de más de una hora por una pista infernal a la vez que interesante llegamos a un puñado de cabañas y tras un bonito sendero de dos kilómetros a un  salto de agua fantastico de unos cien metros de altura. Allí se formaba una laguna preciosa con el agua cayendo desde lo alto entre lianas y arboles que forraban literalmente las paredes de la caída. Arrastrábamos muchas ganas de bañarnos en agua abundante, por lo que no nos importó la baja temperatura del agua.

Nos comimos las sardinas en lata habituales en estos casos y volvimos por un camino distinto mucho más cómodo y es que dos días después el presidente iría por allí por cuanto es la tierra donde nació una de sus mujeres.


Nos alegramos al encontrarnos con nuestros amigos los catalanes a los que una vez más la casualidad quiso cruzar nuestros caminos. Tuvieron suerte: Disfrutarían de la fiesta de la cabra de esa noche.
La fiesta comenzó con la comida de la cabra, mal cocinada para nuestro gusto occidental. Allí estaba todo el pueblo  y también  los jefes de las aldeas en las que habíamos estado días antes haciendo treking y que tanto nos gustaron. Acudieron con sus atuendos festivos y en torno al tantarantán que orquestaron se pusieron a bailar sin más.
Los hombres bebían  vino de palma (hecho de savia de las palmeras y realmente áspero) a la vez que bailaban con las mujeres con niños a la espalda incluidos. Fue muy interesante. Las gentes tienen tan poco, que cualquier motivo es razón suficiente para hacer fiesta.
 Una vez más comprobamos cómo las mujeres llevan todo el peso de la casa, mientras los hombres se emborrachaban sin más, ellas no solo habían cocinado y después limpiado sino que en todo momento estaban al cuidado de los niños.
Ya al día siguiente vimos un “espectáculo” extra cuando nos marchábamos de la zona y es que mientras arreglábamos un pinchazo, en un taller de al lado el jefe le estaba dando una paliza a un empleado a base con una cadena de bicicleta sin ningún miramiento. En cuanto se zafó el agredido arreó un botellazo a su jefe y echó a correr perseguido con ahínco por el jefe aunque no lo cogió.


                                                            CASAMANCE


Teníamos un día duro por delante, un día de diez horas de coche que luego fueron catorce, apretados con cuarenta grados fuera y treinta y seis dentro. Era un día de transición, nos habíamos adentrado en África y ahora volvíamos al atlántico. Habíamos salido de Keaudougou, llegamos doscientos cincuenta kms después a Tambacounda y continuamos (otros cien kms) hacia Velingara para dormir en Kolda (130 kms mas) ya en la entrada de Casamance, una zona preciosa y de la que todo el mundo hablaba bien.

En el camino habíamos comido las socorridas conservas, habíamos reparado una rueda (nuestro conductor no tenía ni idea de conducción y todos los baches y los hay a miles eran suyos) y habíamos discutido entre todos y es que catorce horas son muchas horas en un coche a treinta y cinco grados de temperatura.
Advertimos que las carreteras son malas y más tarde supimos del nulo mantenimiento desde años no solo por la pobreza del país sino también por la dejadez del gobierno en esa zona y es que en la Casamance, muy bonita y con cierto futuro turístico de la costa, sobre todo francés.

Años atrás hubo algún conflicto en pos de la independencia basado en diferencias religiosas (una vez mas) y en un supuesto acercamiento de la población a la vecina Guinea Bissau .Algunos prebostes disfrazaron de independentismo tales hechos y se dieron algunos conflictos con el ejército. Durante el día el ejército senegalés vigila la zona. A modo de resumen diré que los comenzaron en 1.982 y siguieron con escaramuzas de distinta gravedad entre 1.990 y 1.995 originando un importante número de víctimas entre la población civil y algunas muertes y desapariciones de turistas. En el 2.004 se firmó un tratado de paz con el gobierno de Dakar. Hoy por hoy lo que queda es un bandolerismo puro y duro y se procura no pasar por la zona a partir de la caída del sol.

Llegamos a Kola donde después de instalarnos para dormir y cenar algo nos fuimos a dar una vuelta esperando ambiente en las calles como lo había en otras ciudades. El primo de un currante del hotel hizo de taxista y nos llevo a lo que decían era una discoteca y que no era sino un corralón, con unas cuantas luces indirectas, un pequeñísimo mostrador en el que como máximo te servían una cerveza y unos cuanto pocos negros bailando. Nada que ver con los ritmos de otras ciudades africanas que habíamos visto.

El domingo día 5 de diciembre nos íbamos a Zinguinchor pero antes el guardia de turno nos apretó mil cefas con la excusa de que el coche no podía ir cargado tanto porque imposibilitaba la visión. Todo ello mientras delante de él pasaban un sinfín de artefactos que decían ser vehículos sin problema alguno. Es lo de siempre, un europeo en estos países es un dólar con patas. Una vez que se llevó su premio dejo de ser el lobo feroz y paso a ser caperucita roja en cuanto a amabilidad se refiere. Hay que decir en honor a la verdad que estando como estamos acostumbrados a viajar por África , estos “impuestos” lo fueron de baja intensidad comparados con otros países de su entorno. En ocasiones es grotesco y las excusas son peregrinas y de todo tipo, incluso revisan la documentación sin leerla (algunos no saben leer), incluso hemos visto cómo el policía de turno se dedicaba a pasar las hojas que…. estaban al revés. Esto es África.

Camino, ya si, de Zinguinchor pudimos ver la Casamance en todo su esplendor, palmeras, cocoteros y arrozales ,estábamos en el llamado "Granero del Senegal". A todo ello había que sumar la vegetación tropical lo que suponía una paleta de colores intensos. Pantanos de manglares, bosques de palmeras, árboles floridos que bordean la orilla del río y multitud de aves, nos recibian al llegar a la zona.
En Zinguinchor se concentra el mayor número de católicos del país, hasta Juan Pablo II estuvo aquí  e "inauguró" una catedral. Por lo demás, su importancia real reside en ser nudo de comunicaciones de la región y lugar desde donde lanzarse a recorrer la Casamance, cosa que haríamos nosotros, aunque solo en parte porque sus espléndidas playas no nos interesaban. Es lo que tiene vivir en Canarias.
Nos hospedamos en el hotel “Du Tourisme”, cutre donde los haya, donde nos quedamos por no estar buscando mas tiempo. 
 La comida del hotel no tenía mala pinta así que allí comimos. Concertamos con un negrazo que nos había ofrecido sus servicios como guía y quedamos con él al día siguiente.
Visitamos por la tarde la ciudad que si bien es dinámica también es fea a mas no poder, nada interesante. Como buena ciudad africana, la calle representa toda su pulsión vital, distribuida en cientos de puestos donde todo se vende y se compra. No ofrecía nada salvo el un mercado dinámico y vistoso.  Es obligado en África visitar el mercado de la ciudad en la que te encuentres.

Un mercado en África es  garantía de vitalidad, de colorido,  un espectáculo para los ojos. Sus mil viandas, los alimentos ofrecidos, los atuendos de las gentes, la multitud de policromías y también, por que no decirlo, su miseria, Quizá sea la razón por la que luego cuesta visitar un mercado  europeo, tan colocado, tan previsible. Compramos unos plátanos y unas manzanas para el día siguiente y nos enteramos en un ciber café de la huelga salvaje de los controladores aéreos en España. Cenamos en un hotelito y a donde decidimos cambiarnos al día siguiente ya que el nuestro era una pocilga y éste era además más barato.

Según nos levantamos nos lanzamos a ver la Casamance. Es bonita, muy bonita paisajísticamente hablando. Vimos el llamativo “bosque sagrado”, espectacular por su frondosidad y enormes árboles entre los que destacan las ceibas (“fromager”), cuya madera es utilizada en la fabricación de piraguas, vimos también la  palmera que les proporciona el vino de palma, la bebida más popular de la región, la probamos por compromiso en alguna ocasión y estaba realmente mala. Al pie de esa enorme ceiba los moradores de aquéllos lugares hacen sus ceremonias, rituales, incluso sacrificios de animales en el hueco que hacen las caprichosas formas del árbol.

Es el punto de reunión de los habitantes de las aldeas próximas. En una modesta pero limpia casa de la aldea nos mostraron un “bombolong”, que es un “tam tam” que aunque parezca mentira aun se emplea para enviar mensajes de todo tipo a las aldeas próximas (tambor, en su día de llamamientos a guerras, hoy utilizado para convocatorias a reuniones, fallecimiento, matrimonios, etc). Es un tronco vaciado de un árbol con una abertura longitudinal para amplificar el sonido al golpearlo. 

También pudimos ver después de solicitar el permiso adecuado y atravesar un misterioso y tupido bosque al llamado “rey de reyes”. Allí estaba esperándonos muy ceremonioso y con cierta magnificencia hacia nosotros vestido con una túnica roja sobre un vestido negro y luciendo un alto copete.

El rey de reyes

No es folclore, es real, es el jefe natural de los habitantes del “departamento” en el que nos encontrábamos, de sus diecisiete aldeas y aunque cada una de ellas tiene un “rey” propio son de rango menor que aquél ante quien estábamos.
Nos concedió el honor de su charla y por él supimos que a su fallecimiento, un Comité de Sabios, elige a su sucesor necesariamente de entre tres únicas familias. Este “rey de reyes” tiene una autoridad moral y arbitral indiscutible. Quienes acuden a él van en busca de consejo o a dirimir diferencias y siempre dejan alguna ofrenda, ya sea vino de palma, parte del arroz o del trigo recolectado u otro tipo de presentes que él hará distribuir entre los necesitados.
Si bien no tiene autoridad ejecutiva su opinión se hace oír en las dependencias pertinentes y nada de importancia se hace en su región sin que cuente con su beneplácito.
Si algún vecino no sanaba según lo previsto con la medicina convencional él los derivaba hacia los curanderos que entendía podían curarlo usando la medicina tradicional y sus pócimas. Todo ello basado, una vez más, en las profundas creencias animistas a las que tan apegados están los habitantes de la zona y de las que era la máxima autoridad.
El animismo es una concepción espiritual difícil de entender por  los occidentales, que tendemos a relacionarlo con la superstición y la superchería. En esencia, parte de la creencia de que cualquier elemento tiene conciencia, vida propia  y  está poseído de un espíritu y todo cuanto nos rodea es sagrado o susceptible de serlo, de ahí el enorme respeto de los animistas hacia la naturaleza y los animales.

Nos despedimos del “rey de reyes” con la sensación de que, habiendo algo de cierto en todo lo que vimos, también lo había de teatro. Nos permitió hacer cuantas fotos quisimos y vista la experiencia, ciertamente interesante, dimos a su “secretario” que por allí andaba tres mil cefas, esto es, algo menos de cinco euros.

Proseguimos hasta llegar a Elinkine, “el embarcadero” desde donde salen las piraguas (“pirogues”) hacia la isla de Karabane que, para los turistas clásicos, constituye una visita de un par de horas obligada durante su estancia en la zona. En los alrededores del embarcadero estaba el puerto donde los pescadores descargan sus capturas principalmente de tiburones, cuyas aletas son secadas al sol y después de oreadas son vendidas fundamentalmente a los países asiáticos, para consumo humano.


Ya en Ziguinchor nos embarcamos en una “pirogue” con destino a la isla de los pájaros ( Île des Oiseaux ) de nombre Djilapo , formada por un monumental conjunto de manglares. El nombre no es caprichoso, allí se acumulan flamencos, garzas, pelícanos, espátulas, águilas pescadoras de cabeza placa, cigüeñas, martines pescadores y tantos otros cuyo nombre desconozco… que hacen parada antes de seguir su ruta migratoria.

Era delicioso navegar en el laberinto formado por los manglares mientras los pájaros se cruzaban de una zona a otra, como si nos saludaran, como si estuvieran exhibiendo ante nosotros su plumaje, sus vuelos, sus cortejos. Allí comimos lo de siempre, sardinas pan y unos plátanos, además de las correspondientes cervezas que procurábamos no faltaran.

Solo al final nos dimos cuenta que había una interesante casa primorosamente decorada con esculturas y pinturas a medio camino entre Botero y el mundo naif. Nos contaron que era fruto de la experiencia obtenida como soldado del abuelo del actual dueño en la segunda guerra mundial. No sé donde guerrearía aquél hombre pero el resultado era muy interesante. De haber sabido la noche que nos esperaba habríamos traído nuestras mochilas y habríamos dormido allí.
 Pudimos ver en Ziguinchor , de donde parte un ferry dos veces por semana con dirección a Dakar y de donde partió el Joola, en el año 2.002 que acabó hundido en el mar dejando ni más ni menos que 1.800 personas ahogadas. Pudimos ver decía, una pequeña placa que lo conmemora.

Algo se mueve en Zinguinchor pensando en el futuro turístico. Incluso vimos una terraza recién estrenada con apariencia europea. Cuando decidimos entrar nuestro guía en la ciudad sin mediar palabra aceleró y entró antes que nosotros, de manera que cuando llegamos ya estaba con el camarero principal organizando la mesa en la que nos sentaríamos. De éste modo se exhibía con blancos, consumía un par de cervezas a razón de 1.500 cefas cada una algo que probablemente no puede hacer por su cuenta y lo que es más importante quedaban claras sus
capacidades ante los del establecimiento al haber llevado a unos extranjeros a consumir. No es un reproche, es una manera de explicar cómo se buscan la vida. Con toda seguridad le dejarían pasar la próxima vez que viniera sólo. De hecho al chofer del coche una vez aparcado éste no le dejaron entrar hasta que indicamos que venía con nosotros.

Nos fuimos a cenar al mismo hotel donde cenamos la anterior noche y ese día dormiríamos. Habíamos adelantado algo de dinero –craso error- y ya empezaron los problemas al querer cobrarnos por la cama de nuestro guía (hasta ese momento nadie lo había hecho como es costumbre en esta zona de África).
 Pretendía el dueño de aquello que durmiera en el suelo de una habitación destinada a almacén, sobre una esterilla, cosa que no le gustó ni a él ni a nosotros. La discusión se hizo más que desagradable y como el tipo no se bajaba del burro decidimos pagar una habitación para él y que no durmiera en el suelo aunque ellos lo hacen con frecuencia, pero hete aquí que apareció el orgullo de nuestro chofer musulmán (¡ojo con este tema!) que se negó con tozudez, rayana en la agresión, a dormir en cama por la simple razón de que no estaba dispuesto a que el dueño del hostal se saliera con la suya y ganara a nuestra costa las trece mil cefas.
Al final creo que durmió en el coche.

Bajamos al patio-jardín para liquidar el trabajo que nuestro guía local,  Samba, le debíamos y que tan bien había hecho.  Aprovechamos para tomarnos una cerveza, que en el caso del negro grandón fueron dos. En ésto estábamos, ya al filo de la medianoche, cuando nos dimos cuenta de que aquel sitio no era sino un lupanar.
Lo peor de todo estaba por venir y es que dada la condición de puticlub, la música estaba a todo volumen y la gente –poca- que allí había hablaban “a grito pelao” y no nos dejaban dormir. Bajé a montar bronca y me prometieron bajar el volumen cosa que no sucedió, una hora más tarde, eran ya las tres de la mañana, cuando volví a bajar gritando yo también. No sé si fue mi actitud o que ya era su hora el caso es que aquello por fin declinó.
Me vengué al día siguiente cuando le corte  la instalación eléctrica de una iluminación navideña que tenia. Le dejé una nota explcativa. Se lo merecía por gilipollas.

                                                             DE VUELTA A BANJUL

Nada que reseñar en la vuelta a Banjul salvo las dependencias fronterizas donde vimos a un negro en una jaula de dos por dos, como los leones de los circos. Estaba sentado en el suelo en el pasillo por el que pasaba todo el mundo, expuesto al escarnio público, solo le faltaba estar agarrado a los barrotes.
Llegamos a eso de las once de la mañana a nuestro primer hotel en Gambia, la Residencia Jammun de la que es dueño  Lorenzo San Juan y a quien habíamos anunciado nuestra llegada, recibiéndonos con el mismo agrado con el que nosotros regresábamos.

Habíamos sido invitados por mi amigo Gildo -al que salvo el momento referido antes, no veía desde hacia quince años- a comer en su casa. Nos comimos un pescado a la brasa que realmente estaba suculento. Pasamos la tarde de tertulia entre cervezas primero y rones después. Siempre estaremos agradecidos a tanta hospitalidad y atención. Le debo una cuando vuelva a Fuerteventura a él y a su mujer.
A la mañana siguiente empezaba una nueva etapa del viaje , dejábamos al cantamañanas de Buda que tan mal nos había servido de guía , nada comparable a su hermano Abdulay y nos adentrábamos de nuevo en Senegal. 
Repito, si vas a Gambia y Senegal  busca a Abdulay   pasa de su hermano.

Nos subimos al Ferri que cruzaba el rio que días atrás habíamos navegado. La hora que dura la travesía del ferry es otro espectáculo. El barco lleva muchos mas pasajeros de lo aconsejable, allí sube todo el mundo que esté esperando y lo hacen con todo tipo de vehículos, animales, mercancías, etc. Una vez mas las mujeres eran las mas cargadas,  con el consabido niño a la espalda estaban  pendientes de no perder ninguno de los fardos que llevan para vender al  otro lado del rio. Desembarcados, hubimos de pasar por una plazoleta que era un hervidero de taxis, de ofrecimientos y de personas que, siendo nosotros los únicos blancos, se empeñaban machaconamente en ofrecernos todo tipo de artículos y servicios. Pudimos zafarnos del follón y de los persistentes perseguidores y por teléfono contactamos y conseguimos reunirnos con Mohamed Mané…. ¡ todo un personaje ¡.

Mané es el hombre de confianza de unos amigos míos que trabajan en esta parte de África ejecutando obras públicas pero que en estos momentos estaban parados. Nos dejaron un todo terreno y al propio Mané para que sirviera de chofer y guía. Ambas cosas las hizo a la perfección. Mis agradecimientos Cororasa.
Nos dirigíamos a Joal y Fadiouth pasando por Kaolak (de doscientos mil habitantes, cruce de caminos y antigua potencia en la industria del cacahuete) para que Mané cogiera ropa pues allí vivía.

Seis horas después accedimos desde Joal por un encantador puente de madera hasta la isla artificial formada por una gigantesca acumulación de conchas de todo tipo que es Fadiouth. Lo consiguieron los antiguos habitantes echando intencionadamente las conchas de sus capturas en el mar al mismo sitio para lograr el amplio y solido asentamiento actual.
Tiene un curioso cementerio en el que los habituales montículos que cubren los cuerpos de los allí enterrados son, como no, de conchas. Es el único cementerio que conozco donde están enterrados juntos cristianos y musulmanes cuyas tumbas están presididas por una cruz o por una pequeña losa.

Al día siguiente, 9 de diciembre salimos a las seis de la mañana, sin desayunar porque el hotel a esas horas no daba este servicio y en 30 kilómetros llegábamos a Mbour, pueblo pesquero interesante, en cuyas playa tuvimos ocasión de ver cómo llegaban las barcazas con las capturas efectuadas durante la noche y cómo, poco a poco, se iba llenando la playa de quienes se ocupaban de recoger y comerciar con el pescado obtenido.
                                                                   SAINT LOUIS

Continuamos viaje camino de Saint Louis parándonos hasta el árbol mágico de África , su majestad  el Baobab. He visto muchos baobabs en África pero el que allí se nos presentaba era majestuoso por su imponente aspecto. Es conocido que, según una leyenda, los dioses plantaron los baobabs al revés, es decir, con las raíces hacia el cielo. Y la verdad es que su aspecto sugiere eso, un árbol invertido, sobre todo cuando en verano se les caen las hojas.

Pasado el mediodía llegamos Saint Louis la que fue capital del antiguo protectorado africano francés (el Sudán francés), lo que ha dejado una huella indeleble en la ciudad. Llegó a ser considerado en el siglo XIX como una especie de paraíso africano donde el lujo, la suntuosidad y el esplendor se manifestaban en forma de grandiosas mansiones en las que riquísimos colonos llevaban una vida disoluta, repleta de placeres, de ostentación y en nada envidiaba a las ciudades lujosas de Europa. Lo visto apunta a que fue así, solo que hoy todo está abandonado , aunque como ciudad patrimonio de la humanidad está tratando de recuperar parte de su esplendor perdido.

A la parte interesante de la ciudad se accede por medio de un puente de hierro atribuido a Eiffel y está constituida por una lengua de arena en la que se junta una multitud de personas hacinadas unas sobre otras hasta constituir la concentración por metro cuadrado mayor de Senegal.

Es el barrio de los pescadores, el que más necesidades muestra, el más vivo, el más activo. Siempre el mismo cuadro, mujeres amamantando a un bebe  o lavando en unos baldes de agua, con un ojo puesto en  las cabras atadas a la casucha que tienen por hogar y que comparten sitio con los niños. Mientras tanto los hombres  permanecen sentados dejando de hablar para torcer la cabeza y ver pasar a cuatro insolentes blancos que invaden lo que consideran sus dominios. Intimida un poco saberse observado de arriba a abajo con cierta agresividad.  En la playa los mozalbetes juegan al futbol  en un partido imposible de cien contra cien.


Precioso juguete

Al caminar había que tener cuidado en no pisar a los cientos de niños que estaban jugueteando. Los que se sostenían de pie hacían un juguete de cualquier cosa que les caía a mano, los que no, estaban sentados en el suelo comiéndose literalmente los mocos. Corroborábamos una vez más, cómo los niños no lloran en África, ninguno busca la atención de sus padres con lloros, como si fueran conscientes de que no sirve para nada.

 
Hablamos de que en 0,3 km2 se concentran 20.000 habitantes.  Hay otra ciudad dentro de la misma Saint Louis, mas predecible, repetida en otras ciudades, en otros países, que no interesa. Es la antes descrita la que impresiona, la que deja huella, la que recuerdas, la que se te clava en las retinas y se te reproduce sin que tú quieras cada vez que oyes a un niño mimado en Europa, rodeado de juguetes, llorar.

Compartiendo espacio

Nos levantamos con intención de llegar pronto al mítico Lago Rosa, está situado a unos treinta kilómetros al norte de Dakar y es mundialmente conocido por haber constituido el punto final del primigenio rally París-Dakar. Como tiene un alto grado de salinidad (diez veces más que las aguas del océano), es divertido bañarse porque flotas sin esfuerzo alguno y es muy aconsejable no abrir los ojos. Disfrutamos como chiquillos jugando en aquellas aguas salitrosas. Tuvimos suerte,  pudimos quitarnos tanta sal de encima  metiéndonos en un bidón de agua dulce que se llenaba de un pozo preparado para regar unos pequeños huertos que por allí había , previa  la propina correspondiente.

Resulta impresionante ver cómo las gentes sacan del lago sal para su venta. Bajo un sol de justicia, sin protección alguna salvo unos ridículos trapos en la cabeza, con medio cuerpo en el lago y una pala alargada los hombres  arrancan, de las entrañas del lago, la sal que cargan en  piraguas empujándolas  una vez repletas hasta la orilla, donde las mujeres la recogen en cubos para llevarla al respectivo montón de sal. Una vez empaquetada, la venden  a precios ridículos a los transportistas que llegan desde Dakar con sus camiones para trasladarla a unas plantas para su tratamiento. 

                                                              DAKAR

Llegamos a Dakar después de comer. Salimos a la calle una vez instalados en el pequeño hotel de turno y corroborados nuestros billetes del día siguiente a Madrid. Nos habían dicho que Dakar no merecía la pena y lo que vimos fue una ciudad vitalista al ser el puerto por donde entra toda la mercancía del África occidental y por supuesto más viva que la mayoría de nuestras capitales de provincia y más moderna en sus edificios que muchas de ellas.
Llama la atención el caos, el color, la vida y el movimiento aparentemente sin lógica de sus calles, muchas de ellas atestadas de gente. Son ciudades acumuladoras de ilusiones, de esperanzas de prosperidad a la que llegan gentes del resto del país y de los colindantes en busca de un futuro que se les niega en sus lugares de origen.
Por esa misma razón Dakar huele a desesperanza, a desilusión, donde por la noche sus calles se llenan de cuerpos dormidos en espera de que al despertar algo cambie, maldiciendo tal vez, el día que decidieron dejar su pueblo natal. Son ciudades vivas.

Cenamos algo en una especie de “burger” en el centro de la ciudad donde nos encotramos con tres catalanas. Pasamos una interesante velada  con  las  hermanas Nubiola y una amiga suya  mientras nos tomabamos una copa en una terraza hasta que nos fuimos a dormir.  Una vez más compartía cama con Sergio. No me echó el brazo por encima aunque quizá lo hubiese preferido a los ronquidos con que me entretuvo la noche.

Pasamos el día siguiente deambulando por la ciudad, haciendo tiempo hasta la hora de salida de nuestro vuelo. Nos ratificamos en la idea del día anterior, en la vitalidad de la ciudad.
Por último fuimos testigos en el aeropuerto de cómo a David le daban el último “golpe” sacándole tres mil cefas. Resulta que dos empleados se ofrecieron para ayudarle a rellenar el impreso de salida que la policía exige, estando en tal menester apareció por allí, ni más ni menos que el jefe de la policía del aeropuerto. En agradecimiento “regaló” los mil cefas a uno de los empleados que éste le había sugerido por su trabajo. Intervino el jefe de policía para decir que como eran tres debía dar tres mil cefas cosa que, como no podía ser de otra manera, David asumió deportivamente.

 Amigo esto es África

Finalmente embarcamos en un vuelo de Air Europa a las 00,25 horas ya del día 12 de diciembre para llegar a Madrid en hora, a las 05.45 horas de la mañana.

En Puerto Rosario a 06 Junio 2011

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